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360 PANORAMAS DE LA VIDA

Ganada la opuesta orilla, los dos caminantes subieron el barranco, ocultaron sus cabalgaduras entre la fronda de un matorral, y se internaron en el tenebroso paisage, siguiendo con precaución los senderos que conducian á la ciudad, que al frente, y á corta distancia, se destacaba en vagas siluetas al misterioso claro-oscuro de la noche.

Salta, la heróica, ocupada momentáneamente por tropas realistas, y circuida, casi asediada, por los guerrilleros patriotas, yacía, sino dormida, tétrica y silenciosa. De su seno se elevaba de minuto en minuto, como los gemidos de una pesadilla, el alerta inquieto de los centinelas españoles, contestado á lo lejos por las amenazantes imprecaciones de los patriotas, cuyos fuegos brillaban en la falda del San Bernardo, y sobre las alturas de Castañares.

Llegados al frente de la quinta Isasmendi, uno de los dos viajeros detuvo por el brazo á su compañero.

—Hénos aquí—le dijo—á la entrada de la ciudad.

En el corto plazo de dos horas, ambos tenemos que cumplir, en parages diversos, tú una órden del comandante, yo un anhelo del corazon. Es la una. A las tres me encontrarás en este sitio. Separémonos.

—Cómo! no vienes conmigo? Yo creía que habias pedido licencia para acompañarme en la