358 PANORAMAS DE LA VIDA
—Sí, comandante—respondió, con voz sorda, el otro: aquí está !
El comandante recibió en sus brazos el cadáver y lo condujo á la tienda, donde lo acostaron sobre una capa de grana bordada de oro, despojo que, al principio de la campaña, habia el comandante Heredia tomado al enemigo.
—Hé ahí, á donde conduce un ardimiento imprudente—exclamó el gefe dando una mirada de dolor al rostro ensangrentado del muerto—Pobre Teodoro! acometió una locura, que ni aun sus veinte años podian escusar: arrojo inútil y temerario, que lo ha llevado á la muerte! ¡Se habria dicho que la buscaba!
—Si—respondió aquel que habia traido el cadáver—fué á su encuentro: pero asi lo exijia el deber. Nose compare V. con él, comandante. El alma de V. es reflexiva, fria y reside en la cabeza: la suya moraba en el corazon.
—Locos!—murmuraba Heredia, abandonando la tienda, convertida en capilla ardiente —locos! traer á esta guerra sagrada el imprudente arrojo de un torneo, es robar á la patria la flor de sus campeones. Cuántos valientes mas contaran nuestras filas con algunas calaveradas menos!
—El cumplimiento de un deber! repetia Peralta, solo ya con el cadáver de su amigo—el cumplimiento