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JUEZ Y VERDUGO 333 rabia salvaje se apoderó de Rosa, y le restituyó su fuerza.

lzóse del suelo, y estrechando entre sus brazos el cuerpo inanimado de su amiga tendió entonces una mirada, como si buscara á su matador.

La carta fatal se ofreció entonces ú sus ojos.

A su vista, todo lo comprendió. Rosa, antes de ver la luz, habia llorado en el seno desu madre; y por tanto, poseía el don de percepcion.

—¡Inés!—exclamó; y en ese nomhre su dolor amontonó todas las execraciones.

Besó la frente y las mejillas pálidas de Aura; lavó su herida, peinó sus largos cabellos y abrazando Otra vez el yerto cadáver,-—hasta luego—le dijo, como otras veces; y salió llevándose la carta.

Al oscurecer de aquella noche, el coronel envió fuera con diferentes pretextos á todos sus criados. Cuando hubo quedado solo, aprestó su carruaje; colocó en el fondo el cadáver de su hija, y disfrazado con la librea del cochero, saltó al pescante, y tomando el campo de Maravillas, atravesó la portada y se dirijió al cementerio.

Llegado á las primeras tapias del fúnebre recinto, el coronel se detuvo; dejó el pescante y acercándose á una puertecita estrecha y baja que daba entrada al campo santo, apoyó el hombro contra las maderas dei postigo y dándole un empellon, rompió la