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JUEZ Y VERDUGO 329 á la desventurada jóven, volvióla ú la vida. Alzó la cabeza, que habia caido, inerte, sobre la mesa; pasó la mano por su frente, y exhalando un suspiro de alivio—¡Era un sueño!—exclamó— Pero luego dió un grito y se cubrió el rostro con las manos.

Sus ojos habian encontrado los de Enrique fijos en ella con expresion inexorable.

En ese momento un criado llamó á la puerta, anunciando al coronel.

—Padre mio! —murmuró Aura, con dolorido ecento. Su esposo la interrumpió; y con voz severa:

—¿Qué juzgais—la dijo de lo expuesto por ese mudo acusador que delata la infamia de una esposa culpable?

Abrumada por aquel tremendo cargo que no la era dado recusar; desalentada ante la actitud impasible de su juez, cuya mirada se fijaba en ella inflexible y fria, la desventurada respondió con triste y pasiva resignación :

—Hay pruebas que nada es bastante á desmentir ni aun la voz de la inocencia. Así, aquel sobre quién pesa una prueba tal, debe morir!

En tanto que ella hablaba, él escribia sobre la página en blanco de aquella terrible carta.

—PFirmad!—le dijo, presentándole el papel.