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JUEZ Y VERDUGO 327

el nombre de Inés, volvíase meditabunda y sombría.

Así, poco á poco, y tácitamente, las dos amigas, acabaron por excluir de sus pláticas toda alusion á Inés.

Arrullada por dos dulcísimos sentimientos: la amistad y el amor, Aura veía deslizarse sus dias como rosados celages en un cielo de verano. Su vida era un dorado ensueño, un celeste mirage. Asombrada de tanta felicidad, preguntábase qué habia hecho para merecerla. Y sus ojos derramaban dulces lágrimas; y el corazon penetrado de gratitud, elevábase á Dios en ardientes aspiraciones.

Una noche, poseida de estos místicos pensamientos, espresábalos en improvisadas melodías que sus ágiles dedos arrancaban al piano.

De repente sus ojos encontraron la partitura de Otelo abierta sobre el pupitre en la romanza del Sauce.

Atraida insensiblemente por la dulzura infinita de este sublime trozo, Aura cantó, primero á media voz, despues con todo el entusiasmo de su alma.:

Asisa al pié d'un salice.

Al dar la última nota de aquel doliente canto, la puerta se abrió lentamente, y un hombre pálido, ceñudo, ríjido, penetró en el cuarto. Traía apretado