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JUEZ Y VERDUGO 319

en brazos cuando era niña. Ah! nunca consentiria que se le arrojara de allí.

—Tienes razon, querida mia. Yo ignoraba todo eso. Asi, nose hable mas de ello.

« Si me hubieras visto palidecer como una criminal —escribia Aura á Rosa—al engañar á Enrique, defendiendo ese local, objeto de nuestro gran proyecto! qué turbacion! que remordimientos! Pero tú lo quieres. Así sea!»

«Por mucho que te cueste, Aura mia—contestábale Rosa—asi habia de ser. Si te amo mas que á mi vida, tambien amo mi orgullo, que me prohibe tu vista aun ante la presencia de tu esposo. »

—Huachalla, mi viejo amigo—dijo Aura—entrando furtivamente en el cuarto del soldado—vengo á pedirte un servicio.

—Hable, mi niña ¿qué quiere?

—Ya sabes cuanto nos amamos Rosa y yo.

—Amor secreto. Siempre ocultándose una del padre de la otra.

—Y bien! nuestras desgracias no han acabado; y ahora mas que nunca, el destino nos aparta ....

Un camarada de Huachalla interrumpió esta plática. El viejo soldado quiso despedirlo; pero se opuso, y continuó la conversacion en voz baja.

—Crees tú que este medio inocente de ver á mi

amiga no es contrario á mis deberes de hija y de