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extrangero. Sin embargo, esta lenidad, con el jefe de una conspiracion severamente castigada, ha escitado murmuraciones que justificaria nuestra amistad. Ya ves, querida mia, que como antes, es forzoso ocultar el afecto que nos une.

Aura lloraba en silencio, estrechando la mano de su amiga. La pobre niña sentia su corazon destrozado. Entre ella y esa querida compañera de la infancia, veía alzarse siempre la eterna enemistad de sus padres.

—¿ Porqué lloras ?—la decia Rosa: —No hemos sido tan felices con nuestro oculto cariño ? ¿Por qué no lo seremos ahora? Oh! ya verás que existencia de dicha nos vamos á formar! Las tempestades políticas son nublados de verano: todo ello pasará luego; mi padre volverá y .. . . nuestra dicha no tendrá fin, como decia la madre prelada cuando nos hablaba del cielo—concluyó la generosa ¡jóven finjiendo, para alentar á su amiga, una alegría de que estaba léjos su corazon.

Aura sonrió á ese bello mirage que secó sus lágrimas, y abrió de nuevo su alma á la dicha.

—Hijos mios—dijo el coronel, cuando hubieron desembarcado en la estacion de Lima—al daros el uno al otro, guardé la esperanza de que no habiamos de separarnos. Querriais defraudarla? dejaríais solo á vuestro anciano padre?