JUEZ Y VERDUGO 313
Desde que la nave dobla el cabo de San Lorenzo percíbese un suave ambiente, embalsamado con el perfume del suche y del chirimoyo, entre cuya verde fronda vense blanquear á lo lejos las torres de la encantada metrópoli, que se desea volver á ver, con todos los anhelos del alma.
Divisándola así, un grupo de viajeros, hallábase sobre la toldilla del vapor Santiago, en tanto que este echaba el ancla en la rada del Callao.
—Ah! quién pudiera penetrar esa cortina de verdura que me oculta á Lima, y ....
—Y á tu amada Rosa, Aura mia.
—¿Quién es Rosa?
—Una querida compañera de infancia, padre mio.
—Nunca la ví entre tus amigas.
—Ahora la verás, y espero que aprenderás á amarla.—Y tú, mi bella Inés?—¿No es verdad que serás tambien su amiga?
—Dios me libre de poner en ella el menor de mis afectos! —Si tú absorves todos los suyos ¿qué podia reservar para mí?
—Ya lo veremos! veremos si puedes defenderte de esa gracia seductora . . . . Dios mio! cuánto tardan esos botes! —No llegarán nunca!
—Hélos aquí. Enrique, da la mano á tu esposa; yo acepto el brazo de Luis y que el coronel abra la marcha.