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JUEZ Y VERDUGO 311

entre ellos un moceton, que tomándote en sus brazos y á mí en el auca de su caballo, nos ha traido hasta aquí. Felizmente nuestros cazadores no han regresado todavía. Ah! pero no tardarán ya. Vamos á hacerles servir una cena digna de las hazañas del dia.

Aura se sentia débil, quebrantada y sin fuerzas para contrarestar la charla de su compañera, y probarle que habia sido un síncope y no sueño el accidente de la huaca.

Aquella noche en medio ú la alegre cena que terminó la jornada, Inés se tornó de repente abstraida y meditabunda.

—En que piensa la bella hija de Jephte—exclamó el coronel.—¿Es en esa cualidad divina que iba á llorar en la cima de la montaña?

La picante interpelacion hizo ruborizar ú Inés, pero no la desconcertó.

—Pues era precisamente un pasage bíblico lo que en este momento me preocupaba—repuso, llenando maquinalmente su copa.—Estaba pensando en esa terrible ley del talion, con que plugo ú Moises atajar los desmanes de su pueblo «ojo por ojo! diente por diente!» Maria su hermana que tambien pretendió lejislar, pudo hacer esta adicion á ese artículo del tremendo código: Honra por honra.