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JUFZ Y VERDUGO 297

espacioso templo. El altar resplandecía de luces, y el pavimento estaba cubierto con una alfombra de flores.

El venerable cura de Tara, revestido de alba y estola, aguardaba de pié, y puesta la mano en el ritual abierto sobre un atril de plata.

Un brillante cortejo de señoras y caballeros, en hábitos de fiesta, y llevando ramilletes iguales al de Inés, ocupaban dos filas de reclinatorios improvisados con las sillas y sillones del salon. Mi padre en uniforme de gala, Enrique y Luis rodeaban al sacerdote.

Una asamblea imponente, querida mia, á cuya vista inesperada n:e detuve, ocultando mi confusion con una desgarbada reverencia. Inés tomó mi mano con la graciosa dignidad de una castellana ; y atravesando el templo, llevóme al lado de Enrique.

—¿Me perdonas, amada mia, esta sorpresa ?— díjome éste á media voz—Ah! Luis debe partir mañana; y su ausencia á la hora de nuestra union habria sido para mí dolorosa y de mal agitero.

No tuve tiempo para responder; porque Inés se apoderó de mi mano, mi padre de la de Enrique, y nos llevaron al pié del altar.

Un momento despues, querida mia, tu amiga era la esposa del mas bello, noble, valiente y codiciado de los hombres; y como te dije en el prólogo de esta