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JUEZ Y VERDUGO 271

noche, cuanto que no hacia mucho, despues de una larga velada de baile, canto y dulces pláticas, habíala yo acompañado á su cuarto, donde la ví acostarse quejándose de un gran cansancio. ¿Por qué habia dejado la cama? á dónde habia ido? La casa, aislada entre vergeles y cañaverales, no tenia vecindad cercana; y las noches en esta húmeda estacion, tienen demasiado rocío para hacer agradable un paseo á la luz de las estrellas.

Reflexionando así habíame sentado al borde de la cama, preocupada, inquieta, procurando encerrar en un rádio imposible mis pensamientos respecto de aquel estraño incidente.

Y pasó una hora, y pasaron dos; y el reloj del salon habia dado las cuatro, sin que Inés volviera.


Sentí miedo, viéndome sola entre las tinieblas, en la espectativa de un misterio, y permanecí allí, inmóvil, envuelta en mi peinador, los piés desnudos, y temblando de frio.

A las cuatro y media, una ráfaga de aire húmedo y el roce de la orla mojada de un vestido, me revelaron la presencia de Inés, que entró con la cautela de un salvaje.

Levantéme con igual precaucion para evitar su encuentro, y apegándome á la pared, gané la puerta, donde me detuve todavia, tendiendo el