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JUEZ Y VERDUGO 267

dulzura en sus miradas, que me recordó la figura ideal del ángel de la guarda, guiando una alma hácia Dios; y el brazo que me sostenía parecíame el ála protectora, y sonriendo gozosa, abandonábame al encanto de aquel voltegeo, á: la vez rápido y cadencioso, que remedaba el vuelo de un espíritu.

—Luis! pide para mí á tu bella compañera el resto de este vals—dijo, de pronto, á mi lado, una voz dulce y vibrante, que me hizo volver vivamente la cabeza.

Los sonidos del órgano, llenando el espacio, ahogaron el grito que se escapó de mis lábios, al reconocer en el que pedia bailar conmigo, al hombre del matorral.

En el semblante de mi caballero se pintó una visible contrariedad; pero, reponiéndose luego, y sonriendo con dulcísima sonrisa—Lo habeis oído—- me dijo—la amistad exije de mí un sacrificio; y las leyes de familiaridad establecida, un don que vos no podeis rehusar.

Y así hablando dejóme en los brazos de aquel hombre, que ciñendo en ellos mi cuerpo, fijó en sus ojos los mios con la poderosa fascinación de su mirada, como el águila á la pobre avecita, absorta en la luz de su pupila.

Pude ver entonces, entre el rápido cambio de claridad y de sombra producido por el baile la