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JUEZ Y VERDUGO 259

caballo y lo acompañó, haciéndole varios encargos hasta mas allá de mi escondite.

No importa! yo tomaré mis medidas, y la carta partirá.

Entretanto, voy á abrirla para continuar escribiéndote.

El sol se ha puesto, y su último rayo colorea de rosa la cima de las montañas; el valle comienza á cubrirse de sombra, y en el murmullo de los árboles, en el canto de las aves, y en la voz humana, percíbese esa tristeza vaga, indefinible, que precede á la noche.

Que inefable encanto ha tenido siempre para mí esta hora melancólica! Era la única en que me alejaba de tí. Sentada en un rincon solitario del cláustro, inmóvil y muda, pensaba en los que han abandonado la vida y duermen en el sepulero: mi abuelo, mis tias, mi nodriza, mi madre! Ah! el tiempo ha velado su imágen en mi mente, pero no en mi corazon; y su rostro angelical me aparecía, ora en la luz plateada de la luna, ora en los rayos de la primera estrella.

Un dulce enternecimiento invadia mi alma, y lloraba lágrimas silenciosas, y Oraba en mentales plegarias.

Tú venías siempre á desvanecer este místico arrobamiento con tu alegre charla; como ahora,