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JUEZ Y VERDUGO
Una tarde, en los primeros dias del verano, Enriqueta, su madre, Augusto, yo y varias otras personas que nos eran desconocidas, estábamos sentados bajo un parrado en la rápida pendiente del Barranco, á espaldas del hospicio.
Sin que nuestras pláticas se mezclaran, reinaba, sin embargo, entre nosotros y las gentes allí reunidas, esa correlacion tácita que establece el campo entre personas estrañas, y que se manifiesta en los mas triviales incidentes. Por ejemplo: teníamos delante el mar, y nos dimos de repente el placer de apostrofarlo.
— Imponente elemento !—exclamó uno con acento enfático.
—Elemento pérfido—añadió otro—quién fia en tu bonanza ?