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188 PANORAMAS DE LA VIDA

arrastrando en pos suyo á su pueblo, dejáronla solitaria.

Escombros humeantes, muebles destrozados montones de ricas telas, vestiduras y vasos sagrados, yacían por tierra obstruyendo las veredas, mezclados con cadáveres en putrefacción.

En busca de la familia de su esposa, guiábame mi hermano al través de aquellos horrores que cambiaban el aspecto de las calles, y le impedian reconocer aquella donde estaba situada la antigua morada de Irene.

En fin, mas allá del destruido palacio de la infeliz Elisa Lynch, mi hermano, exhalando una dolorosa exclamacion, detúvose delante de una casa cuyas puertas rotas por el hacha habian caido separadas de sus goznes, dejando ver su interior abierto, oscuro y solitario.

En el umbral, y estrechados el uno al otro, estaban sentados, un niño de ocho años, y una niña de seis, pálidos, demacrados, haraposos.

Maria! Enrique!-—esclamó mi hermano, y quiso estrecharlos en sus brazos; pero ellos huyeron espantados, gritando—Los cambá! los cambá !

Eran los hermanos de Irene.

Arrastrados con sus padres en pos del ejército paraguayo habíanlos visto perecer con su familia. Ellos mismos, abandonados en un bosque, debieron