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PEREGRINACIONES 173

—No hay que mentarla mucho, si no quiere que nos suceda algo malo. Deje que lleguemos á aquella ensenadita; atracaremos, y encendida la fogata, no diré que no. Con luz todo se puede contar.

Desembarcamos, en efecto, y sentamos nuestros reales en un gramadal sembrado de anémonas, bajo un grupo de palmeras.

La noche era magnífica, tibia y estrellada.

Al manso murmullo del rio, mezclábanse el susurro armonioso de la fronda, y el soñoliento piar de los pajarillos que dormitaban en sus nidos.

Los remeros, dirigidos por Veron prepararon el asado, los fiambres, el café; y la cena comenzó, rociada con sendos tragos de aloja de algarroba que traíamos encerrada en grandes chifles, y que caía espumosa en nuestros vasos, como la mejor cerveza.

Todos reían y charlaban alegres; solo yo callaba. Las misteriosas palabras del viejo, habíanme impresionado; y sin saber por qué sentí miedo, y me refugié bajo la capa de mi hermano.

—Veron—dijo este, volviéndose al anciano—Hé aquíun fogon capaz de alejar toda suerte de terrores. Háblanos pues, de la Cangallé. Es alguna guarida de fieras?

—No, señor, que fué una populosa villa y la mas importante reduccion que los jesuitas tuvieron en