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172 PANORAMAS DE LA VIDA

parecen imposibles, y me fueron muy útiles en mi errante existencia.

Cuatro dias hacía que navegábamos aquel rio encerrado entre frondosas arboledas.

Era la última hora de la tarde; y el sofocante calor de la jornada comenzaba á ceder á las ráfagas de una brisa fresca y perfumada. Bandadas de aves, cruzando el espacio, abatian el vuelo sobre el ramaje en busca de sus nidos. Al silencio apacible del crepúsculo, mezclábanse misteriosos rumores, que remedaban suspiros y recatadas risas.

De súbito en la márgen derecha divisamos las almenas de un elevado campanario y aquí y allá lienzos de paredes derruidas que surgian entre las copas de los árboles.

Encantado de aquel romántico paraje, mi hermano dió la voz de alto.

—La Cangallé! —exclamó el viejo Veron, y en vez de obedecer, levantó el remo, y ayudando á la corriente vogó con furor.

—Deténte, bárbaro—gritó mi hermano—¿ Porqué rehusas desembarcar en este sitio tan ameno y propio para pasar la noche?

—i Válgame Dios, patron, con su antojo! ¿No vé qué ese lugar es la Cungallé ?

—Y qué viene á ser la Cangallé, que tanto miedo te causa?