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por vez primera resonaban en aquellas apartadas regiones.

Trene estaba triste durante estas dulces veladas; pero el motivo de su pena estaba léjos: era el triste estado de su país, aniquilado por la guerra.

vI

Las riberas del Bermejo

—;¡ Lloras alma mia !—oí que mi hermano decia á su muger, una noche que sentados á la luz de la luna cantaba yo el doliente Salmo del Cautiverio—¡Lloras y me callas la causa de tu pena!

—Pienso en mi pueblo—respondió Irene con un sollozo—pienso en los mios, que, cual los cautivos de Babilonia, andan errantes de selva en selva y de llanura en llanura, desnudos y hambrientos, arrastrados por la despótica arbitrariedad de un tirano.

—Yo iré en su busca. Penetraré en ese país devorado por la guerra; los hallaré, los reuniré y traerélos conmigo á nuestro pacífico retiro.

—No sin mí—exclamó Irene.

—Ni sin mí—añadí yo.

—¿Y quién se quedará con los niños?—objetó mi hermano.