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PEREGRINACIONES 167

á un chalet suizo, rodeada de árboles frondosos y de verdes sementeras.

  • No habia pasado un dia entero en la casa de

mi hermano, y ya estaba yo tan acostumbrada á ella como si la hubiera habitado toda la vida: tan agradable era todo allí, tan plácido, tan sencillo.

Levantábame al amanecer, y corría á los corrales para ayudar á las queseras en la faena de ordeñar'; hacia el desayuno para los niños, compuesto de bollos y crema de leche.

Luego, ensillaba un caballo, echábale un costal al anca, y me iba en busca de algarroba, mistol y sandías silvestres.

No pocas veces encontré entre la espesura de los poleares hermosas lechiguanas que conquisté, á pesar del enfurecido enjambre; y las llevaba en triunfo á los niños; y amasándola con su panal, hacia un delicioso postre que comiamos con quesillos de crema.

Y en la noche, cuando acabados los trabajos de la jornada y reunidos en torno á una sola mesa, peones y señores cenábamos á la luz de velas de perfumada cera, á falta de piano, tomaba la vihuela que me enseñára á puntear un gaucho de Gualiama, y acompañándome con su plañidera voz, cantaba los trozos mas sentimentales de Verdi y de Bellini, que