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—;¡ Qué horror ¡—exclamé—Pero querida mia ¿no dió V. parte á la autoridad de ese atroz homicidio ?

—Ay! señora, ¿á qué fin? Para un pobre no hay justicia. Bien lo sabiamos mi marido y yÓ; y callamos por que lo único que hubiéramos obtenido habria sido el ódio de los mismos jueces, que se hubiesen puesto de parte del agresor.

Lloramos al infeliz que habia venido á descansar un momento bajo nuestro techo, y á quien sus asesinos enterraron, como un perro entre las barrancas de Carnacera, sobre el camino carril. Para impedir que las bestias pisotearan la pobre sepultura, mi marido puso en ella una tala seca y una cruz. V. la verá mañana, al pasar por ese parage.

El rubito quedóse con nosotros; y primero la compasion, despues el cariño ha hecho de él, para mi marido y para míun hijo; para mis niños un hermano. El pobrecito es tan bueno y amable que cada dia lo queremos mas. Ah! si llegara á parecer su madre, no sé qué seria de mí. Desde luego, tendria que quedarse aquí, porque yo no podria separarme ya de mi rubio.

Departiendo así, sentadas bajo el algarrobo al lado del fuego, la puestera acabó de asar en una brocha de madera un trozo de vaca; vació en una fuente de palo santo el tradicional api; molió en el mortero, rociándolos con crema de leche, algunos puñados de