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locutorio en dos zonas, una luminosa, otra sombría.

Parecíamos dos almas comunicándose entre la vida y la eternidad.

Mis conductores esperaban—Adios!—me dijo Carmela, dejando caer sobre su rostro el velo para ocultar una lágrima — adios, querida Laura! Probable es que no volvamos á vernos mas en este mundo; pero acuérdate que Ariel y yó te esperamos en el cielo...

Y nos separamos.

Laura se interrumpió de repente. El ahogo, resto de su cruel enfermedad, anudó la voz en su garganta, y le ocasionó un síncope que duró algunos minutos.

Prodiguéle socorros, y logré reanimarla.

—Pero, hija mia,—la dije—esto es horrible, y preciso es llamar al doctor P.

—Quiéres que vuelva á caer en ese pozo de arsénico ?

—Ha sanado á tantos con ese remedio !

—El mio es el del Judío Errante—Anda! anda !

—Partir! No te cansa ese eterno viajar?

—Es necesario ; pues que solo así puedo vivir.

—Pero, desdichada, ¿y nuestras conferencias ?

—Las escribiré en todas las etapas de mi camino,

y te llegarán por entregas, como las novelas que vende Miló de la Roca.