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PEREGRINACIONES 133

Eché pié á tierra, y rogándoles que me aguardáran á la puerta, alleguéme al torno, pregunté por sor Carmela, y le escribí dos líneas de afectuosa despedida.

Cuál fué mi gozo, cuando me dijeron que iba árecibirme en el locutorio. Esperaba hacía algunos momentos cuando la ví venir á mí, levantando el velo y caminando con lentos pasos.

Cuánto habia cambiado! Carmela no era ya una muger: su voluptuosa hermosura terrestre habíase trasformado en la belleza ideal é impalpable de los ángeles, y las tempestades de su alma en esa mística serenidad, primer albor de la bienaventuranza.

—Háblame de él—me dijo—no temas que su recuerdo turbe la paz de mi espíritu. El mundo me ha dado cuanto podia yo pedirle: las cenizas de mi esposo. Prosternada al lado-de esas sagradas reliquias, espero tranquila la hora bendita en que mi alma vaya á unirse con la suya en la mansion del amor eterno.

Hablando así, elevados al cielo sus bellos ojos y las manos de diáfana blancura, Carmela semejaba á un ángel, pronto á remontar el vuelo hácia su celeste patria.

Largo rato platicamos, inclinada la una hácia la Otra, al través de la doble reja que dividia el