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una mirada el drama que yo sola conocía; y las palabras que los otros creyeron un delirio de la agonía, tuvieron para ella su verdadero sentido. Grave y triste arrodillóse al lado del cadáver, hizo sobre él elsigno de la cruz, y volviéndose hácia el doctor y el coronel:

—Los restos del héroe que ha muerto en defensa nuestra—les dijo—nos pertenecen y deben reposar entre nosotras.

Un rayo de gozo brilló en la pálida frente de Carmela, que juntando las manos, elevó al cielo sus ojos con espresion de gratitud.

A una seña de la abadesa, las filas se abrieron, dando paso á cuatro religiosas que conducian un féretro.

Carmela, con el valor estoico de una mártir, colocó sobre su último lecho el cuerpo inanimado de su amante; bajó su velo, cruzó los brazos, é inclinada la cabeza, fué á tomar su puesto en la fúnebre procesion que desapareció entre las sombras del templo, cuyas puertas se cerraron, quedandó solos ante el umbral ensangrentado, el coronel, el doctor y yo, como sonámbulos bajo la influencia de una pesadilla.

Así acabó la amorosa odisea del desierto de Atacama, contemplada por mí, unas veces con piedad, otras con envidia. ,