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PEREGRINACIONES 125

el postigo y tendiendo con la otra hácia los agresores el cañon mortífero de su arma, parecian, mas que seres humanos, evocaciones fantásticas de una leyenda osiánica.

Sin embargo, los bandidos, fiados en su número, y animados por toda suerte de codicias, ensangrentados, horribles, blandiendo sus lanzas, echaron pié á tierra y se avalanzaron á la puerta con feroz algazara.

Pero doce balas certeras derribaron en un momento á otros tantos de aquellos malvados.

A pesar de su arrojo, la horda salvaje retrocedió. No atreviéndose á acercarse, ni aun al alcance de sus lanzas. álos denonados defensores del convento, echaron mano álos rifles é hicieron sobre ellos una descarga.

Uno de aquellos héroes quedó en pié, el otro cayó exclamando :

—Sálvela usted, coronel! . . . . ó mátela, sino puede salvarla! ..

Al éco de aquella voz mi corazon se estremeció : Habia reconocido á Enrique Ariel.

El sobreviviente se arrojó delante de su exánime compañero, abarcando con los brazos estendidos el ámbito de la puerta, ceñudo, terrible, impreso en su semblante una resolucion desesperada.

Pero en ese momento, gritos prolongados de