110 PANORAMAS DE LA VIDA
sitio donde sobre blancas servilletas se ostentaban los apetitosos prodijios de la merienda.
—¡Alto ahí! por vida de Belcebú!—gritó el capataz —Os atravereis á sentaros al lado de señoras tan elegantes y primorosas en esta desastrada facha ? ¡Vamos! aquí todo bicho! . . . . Ahora, una mano de tocador! . . . . Ala una! á las dos! álas tres!
A estas palabras, vióse caer en tierra una lluvia de barbas, de narices, de parches y lobanillos. Los bandidos pasaron la mano sobre sus párpados sanguinolentos, que perdieron instantáneamente su repugnante aspecto, cubriéndose de largas pestañas, á cuya sombra, las jóvenes vieron atónitas, ojos bellos y benévolos, que las contemplaran con amor.
—Alfredo!
—Eduardo !
—Cárlos!
—Enrique !
—Mis hermanos !
—Papá! — exclamaron simultáneamente mis
compañeras, arrojándose en los brazos de esos hombres que un momento antes les inspiraban tanto terror.
—O0h! Alfredo! y dice V. que me ama, y quiere ser mi esposo .... y me espone á morir de espanto !
—Ah! nunca se lo perdonaré á V., Eduardo.