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Púsose en marcha Francisco I para entraren la codiciada capital, y considerando los imperiales lo despoblada é indefensa que se hallaba, resolvieron abandonarla. Tomó, pues, posesión de ella el Rey de Francia, guarneciéndola poderosamente.

La superioridad del ejército francés era tan grande con relación á la del cesáreo, que podía considerarse á Francisco I como el futuro dominador de Italia, toda vez que obrando con prontitud y acierto podía dispersar las fuerzas enemigas por varias partes diseminadas, apoderarse de todo el Estado de Milán é invadir súbitamente el reino de Napóles. Teníase en efecto á los imperiales como reducidos a completa impotencia[1]; y el Papa, las repúblicas de Florencia y de Venecia y otros principados de Italia sólo aguardaban ocasión propicia para romper de una manera ostensible su alianza con Carlos V.

Tan desesperada era la situación de los imperiales, que Lannoy llegó á pensar en evacuar el Milanesado y replegarse sobre Nápoles, no sólo para no arriesgar todo lo que el Emperador poseía en Italia, sino también para oponerse al


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