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Te quedabas callado en las tardes de oro
Cuando un libro en las manos nos ponía tristeza,
Y luego en mis rodillas caía tu cabeza
Como un copo de oro.


Entonces de tu alma ascendían perfumes
Hasta el alma cansada que agobiaba mi pecho...
¡Oh tu alma!... Tan fresca como rama de helecho
Ascendía en perfumes.


Niño que yo adoraba... Oh tus lágrimas blancas
Que regaban copiosas la palabra imposible,
Fuí tu hermana discreta, niño triste y sensible
De las lágrimas blancas.


Como a ti no amé a nadie, niño dulce y sombrío
Que lloraste en mis brazos mi desvío prudente.
Te amará mi necuerdo inacabadamente,
Niño dulce y sombrío.

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