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Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.


Alma que ha de morir de una fragancia,
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.


Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como se entrega.


Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.


Alma que siempre desconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por el oro precieso de una estrella.

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