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No obstante las cabilaciones de cierta escuela de historiadores, que creen descubrir intenciones maquiavélicas o profundas en las acciones más sencillas de los hombres que llegan a la popularidad, Rosas, como la mayor parte de los hombres célebres, fué llevado a la celebridad por acontecimientos de su época que no provocó; y la lectura de las instrucciones explica hasta cierto punto, y quizás más acabadamente que muchos otros documentos, su fortuna tan rápida y tan extraordinaria. Como acabo de recordarlo, adolescente todavía, empezó por dirigir una estancia; muy ágil, y dotado de una gran fuerza muscular, se entregó con pasión a los trabajos físicos del campo y al poco tiempo llegó a no tener rival en la equitación, ni en la destreza para tirar el lazo y las boleadoras. Según las crónicas de la época y las referencias del ilustre Darwin, que lo visitó en su campamento del Río Colorado, cuando hizo su expedición al desierto, Rosas efectuaba fácilmente una prueba llamada de la maroma en boga antiguamente en las estancias, y que consistía en colgarse de una maroma que reunía las extremidades de los postes de la puerta del corral, y dejarse caer orqueteado sobre un potro chúcaro que se soltaba del corral. Podía igualmente, parado en la puerta del corral, saltar sobre uno de los potros que salían y jinetearlo. En fin, nadie tiraba con tanto vigor y destreza el lazo y las boleadoras. Su superioridad en esos ejercicios de la ganadería extensiva le conquistaron naturalmente un gran prestigio entre los hombres de campo que lo rodeaban, y cuando con esa laboriosidad, ese método y ese ahorro que se traslucen en las instrucciones, llegó a ser dueño de una estancia, después de