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se llevarían a efecto dos operaciones tan incompatibles, á saber: ocupar los terrenos de los indios y solicitar su alianza. Efectivamente, sólo el señor Rosas, por su genio creador, y por el grande influjo que ejercía sobre aquellas tribus, pudo encargarse de una empresa tan gigantesca.

Siempre se trató de sojuzgar a los indios, mas por primera vez se pensó en colonizarlos; y el resultado de este nuevo plan excedió todas las esperanzas. Conducidos los indios por sus caciques, se transportaron a nuestras estancias y chacras, donde se ocupaban en labrar la tierra, herrar o apartar ganado, en cazar nutrias, en hacer ladrillo. Las mujeres trasquilaban ovejas, hilaban, tejían jergas, y abandonaban su natural pereza, para participar en las faenas de una vida activa y laboriosa; y si las convulsiones políticas, provocadas por la revolución del 1° de Diciembre, no hubiesen trastornado este plan, forzando a los indios a volver a la vida militar, hubieran continuado fertilizando nuestros campos, y olvidando sus costumbres belicosas.

Los eminentes servicios del señor Rosas, a pesar de la importancia y utilidad que tenían para el país, sólo le proporcionaron persecuciones y disgustos. Los ociosos le reprochaban su contracción al trabajo; los intrigantes su odio a las revoluciones; los díscolos la sencillez y la severidad de sus costumbres; y no faltaban hombres ilustrados que le hacían un cargo de su interés hacia los indios.

El señor Rosas nunca contestó a sus detractores; limitábase a confundirlos con la práctica de todas las virtudes, y con su respeto inalterable a las instituciones del país. Un hecho ignorado, y que merece no serlo, es que, perseguido durante la administración del señor Rivadavia, el señor Rosas desalentó siempre a los que venían a solicitarle, paca que les ayudase a efectuar un cambio en el gobierno, haciendo uso de medios ilegales.