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protejer a un huérfano, transar un pleito! ¿Qué hay que extrañar que esta conducta le hubiese granjeado la estimación de los habitantes de la campaña? Los que piensan que la popularidad del señor Rosas no sea duradera, no saben, o aparentan ignorar que se funda en beneficios, a que los individuos corresponden a veces con ingratitud, pero que los pueblos olvidan difícilmente.

Por su intervención en los asuntos generales y particulares de la provincia había adquirido un conocimiento exacto de su territorio; y no se le ocultó que la línea de frontera era insuficiente para garantimos de los indios. Una parte de los terrenos recién poblados quedaba afuera de sus antiguas guardias, y por consiguiente desamparada en caso de un ataque; y los mismos establecimientos internos no estaban bastante abrigados, para que fuesen invulnerables. Generalmente hablando, estas avanzadas no tenían suficiente unión, para presentar una barrera impenetrable.

La falta de seguridad cerca de las fronteras rechazaba las poblaciones hacia el centro, y disminuía considerablemente la extensión territorial de la provincia. El gobierno del señor Las Heras sintió toda la gravedad del mal, y se propuso remediarlo. Los temores de un rompimiento con el Brasil hacían más urgente esta medida: antes de empeñarnos en una guerra exterior, dictaba la prudencia asegurar nuestras propiedades, y era demasiado tarde para extender y fortificar las actuales fronteras. La construcción de nuevas guardias, era una operación larga y dispendiosa, que no podía llenar las necesidades del momento. Convenía, pues, tocar otros resortes de un efecto más pronto, y no menos eficaz. El señor Rosas, miembro de la comisión encargada de proyectar un nuevo deslinde, opinó que se debía tratar con los indios, para pacificarlos y atraerlos a nuestras estancias. El gobierno adoptó este consejo, a pesar que le pareciese difícil en su ejecución: no concibiendo cómo