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los mayordomos de las estancias circunvecinas, para abastecer de ganado al ejército. Mas, a pesar de toda la actividad que se empleó en esta operación, sus efectos fueron tan escasos, que no pudiendo aguardar por más tiempo los auxilios, fué menester resolverse a volver atrás.

El señor Rosas, que no quiso abandonar su puesto, porque no se le imputase alguna oposición a servir bajo las órdenes del señor Ortiguera, de quien sólo tenía motivos para apreciarlo, se retiró a la conclusión de esta campaña; y lo que más lo estimuló a tomar esta resolución fué ver que sus servicios no eran agradecidos, sea que se les considerase inútiles, o más bien por la libertad con que se expresó sobre las faltas que se habían cometido.

Pero un triste presentimiento amargaba su corazón en el silencio de la vida privada. No dudaba que los Pampas, que se había tenido la imprudencia de provocar, atacarían nuestras estancias, echándose tal vez con más furor sobre las suyas, para vengarse del que había sido su abogado, y que ellos debían creer autor de los planes del señor Rodríguez. Mas, a pesar de esta previsión, no logró sustraerse de su total ruina; y antes que pudiese transportar, como se lo había propuesto, su hacienda de los Cerrillos a los campos de San Martín y Guaraní, los indios atacaron a sus establecimientos y le sacaron más de 26.000 cabezas de ganado. El señor Rosas sobrellevó con resignación esta desgracia; y sólo sentía verse arrebatar sus caudales en el momento en que más los necesitaba, para llenar los compromisos contraídos con Santa Fe, al firmar las convenciones que cortaron las desavenencias del año 20.

Sin embargo tocó todos los resortes, y pudo cumplir satisfactoriamente la parte que le cupo en estas importantes transaccones; como consta de los documentos honoríficos que le