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Entretanto el gobernador D. Martín Rodríguez reunía fuerzas para romper.las hostilidades. Dividió su ejército en dos columnas, destinando al coronel Ortigucra a rechazar a los Ranqueles en el S. O., mientras que el mismo gobernador marchaba al sur a atacar a los Pampas. Para que estas disposiciones surtiesen su efecto, se requerían grandes acopios de armas, de municiones, de caballos y de víveres; y fué precisamente lo que se descuidó. Además de esto, en vez de concentrar las fuerzas, para que el ataque fuese más vigoroso, las diseminaron en varios puntos.

Las circunstancias hubieran favorecido este plan, puesto que una sola tribu nos hostilizaba, y de consiguiente no había motivo para provocar a las demás. De todos modos convenía exceptuar a los Pampas, que eran los más dóciles y mejor dispuestos a relacionarse con nosotros. Consultando el señor Rosas la utilidad que resultaría a la provincia, se había esmerado en cultivar su amistad, y había llegado a inspirarles alguna confianza. Muchos Pampas se habían decidido a fijarse en las tierras de los cristianos, a quienes ya no miraban con su acostumbrada repugnancia. El señor Rosas pidió, pues, que se les respetase: mas, lejos de adoptar tan sabios consejos, el gobernador Rodríguez marchó al Tandil, sorprendió y acuchilló a los indios en Chapaleufú. Los que sobrevivieron a esta carnicería, volvieron sobre sus agresores y los siguieron hasta la frontera.

La expedición del S. O., por estar mal montada, y no tener víveres más que para 15 días, regresó después de haber recorrido el Tandil: y lo mismo hizo la vanguardia, al mando del señor Rosas, que se había avanzado hasta la Sierra de la Ventana, sin poderse encontrar con los indios.

El señor Rosas, cuyos consejos se habían desoído, hizo cuanto pudo para reparar estos desaciertos. Envió órdenes a