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lorados, que, imitando el noble arrojo de su jefe, expusieron sus vidas por restablecer el imperio de las leyes, en que se apoyó el gobierno, que había estado hasta entonces a merced de los acontecimientos. Su primer acto fué recompensar los servicios del señor Rosas, enviándole el despacho de coronel de caballería de línea. Ningún desorden mancilló este triunfo: las tropas que acompañaron al gobernador de Buenos Aires observaron la más estricta disciplina, y aunque fueron recibidas a balazos, y quedasen tendidos en las calles más de cien colorados, no se entregaron a ninguna venganza. El día mismo de su entrada renació la confianza de los ciudadanos, que se felicitaban por el término de tantos desastres.

Sin embargo, restaba mucho que hacer. Nuestras disensiones con las provincias limítrofes estaban aun pendientes, y el contraste que sufrimos en el Gamonal inspiraba temores fundados por la continuación de la guerra.

De todos modos importaba salir cuanto antes de semejante incertidumbre. El gobierno confió al señor Rosas tan ardua misión, y la poca esperanza que se tenía de llegar a un allanamiento hizo que se tomasen medios para prepararse a entrar en campaña. El plenipotenciario marchó a la cabeza de su regimiento, que representaba la vanguardia del ejército, al mando del mismo Gobernador. Todos confiaban en el señor Rosas, cuyo crédito se había aumentado por las pruebas recientes de su lealtad, de su valor y de su inteligencia.

No obstante las muchas dificultades que presentaba un convenio entre dos pueblos acostumbrados a mirarse con recelo, bastó una entrevista del señor Rosas con el Exmo. Señor Gobernador de Santa Fe, para echar los cimientos de una reconciliación franca y duradera.

Fué entonces cuando se estrecharon entre los dos jefes esas relaciones amistosas, que tantos acontecimientos, ya prós-