y también les exhortándolos –ofreciendo Nuestro ejemplo-, a no dejar pasar ni un día sin rezarlo, aunque se está agobiado por muchos cuidados y trabajos.
Por estos motivos, Venerables Hermanos, hemos querido exhortar vivamente y, por vuestro medio, a todos los fieles a esta piadosa práctica; y no dudamos que escuchando, con la correspondencia que acostumbráis, Nuestra paternal invitación, reportaréis copiosos frutos. Hay otro motivo que Nos impulsa a dirigiros esta Nuestra Encíclica. Deseamos que todos cuantos son nuestros hijos en Jesucristo se unan con Nosotros dando gracias a la excelsa Madre de Dios por la salud que felizmente hemos recuperado. Esta gracia, como hemos tenido ya ocasión de escribir[1], la atribuimos a la especial intercesión de la virgen de Lisieux, Santa Teresa del Niño Jesús, mas es sabido que todo nos lo concede el Sumo y Omnipotente Dios por las manos de la Virgen.
Finalmente, como hace poco se lanzó por la prensa con temeraria insolencia una gravísima injuria a la Beatísima Virgen, no podemos menos de aprovechar esta ocasión para ofrecer juntamente con el Episcopado y el pueblo de aquella nación que venera a María como Reina del Reino de Polonia, con el homenaje de Nuestra piedad, la debida reparación a la misma Augusta Reina, y para denunciar ante el mundo entero como cosa dolorosa e indigna este sacrilegio cometido impunemente en medio de un pueblo civilizado.
Impartimos de todo corazón a vosotros, Venerables Hermanos, y a la grey confiada al cuidado de cada uno de vosotros, la Bendición Apostólica como auspicio de las gracias celestes y en prenda de Nuestra paternal benevolencia.
Dada en Castel-Gandolfo, cerca de Roma, el día 29 del mes de Septiembre, en la fiesta de la dedicación de San Miguel Arcángel, en el año 1937, decimosexto de Nuestro Pontificado.
Notas
Referencias
- ↑ Carta autógrafa al Cardenal E. Pacelli, del 3 de septiembre de 1937.