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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Que la Virgen Santa, que un día ahuyentó victoriosa de los países cristianos la terrible secta de los albigenses, ahora invocada fervorosamente por Nosotros, haga retroceder los nuevos errores, especialmente los del comunismo, que recuerdan por muchos motivos y por sus muchas fechorías a los antiguos. Y así como en los tiempos de las cruzadas se elevaba por toda Europa una sola voz, y por los pueblos una sola súplica; así también hoy, en todo el mundo, en las ciudades y en las aldeas aún más pequeñas, unidos de corazón y de fuerza, con filial y constante insistencia, se trata de obtener de la gran Madre de Dios que sean vencidos los enemigos de la civilización cristiana y humana, haciendo así resplandecer ante los hombres cansados y desviados la verdadera paz. Por tanto, si todos lo hicieren así, con las debidas disposiciones, con gran confianza y con fervorosa piedad, es de esperar que como en el pasado, así también en Nuestros días la Beatísima Virgen impetrará de su Divino Hijo que las oleadas de las actuales tempestades sean contenidas y calmadas, y que una brillante victoria corone este noble certamen de la plegaria de los cristianos.

Además, el Santo Rosario no solamente sirve eficazmente para vencer a los enemigos de Dios y de la Religión, sino también es un estímulo y un acicate para la práctica de las virtudes evangélicas que insinúa y cultiva en nuestras almas. Ante todo, nutre la fe católica, que se vigoriza con la oportuna meditación de los sagrados misterios y eleva las almas a las verdades que nos fueron reveladas por Dios. Todos pueden comprender cuan saludable sea -esta práctica-, especialmente en nuestros tiempos, en los que quizás aún entre los fieles reina cierto fastidio por las cosas del espíritu y casi disgusto de la doctrina cristiana.

Reaviva además la esperanza de los bienes inmortales, pues, al hacernos meditar en la última parte del Rosario, el triunfo de Jesucristo y de su Madre, nos muestra el cielo abierto y nos invita a la conquista de la patria eterna. Así, mientras en el corazón de los inmortales penetra un ansia desenfrenada por las cosas de la tierra y cada vez más ardientemente los hombres se afanan por las riquezas caducas y los placeres efímeros, todos son de nuevo convocados provechosamente a los tesoros celestiales,