ILÍADA 9
caminaba silencioso por la orilla del mar, de ruidos innúmeros. Y cuando se hubo ya alejado, conjuró al rey Apolo, á quien dió el ser Leto la de la hermosa cabellera:
—Escúchame, Portador del arco de plata, que proteges á Crisa y á Kila la santa y dominas con energía en Ténedos, ¡oh Sminteo! Si alguna vez adorné tu hermoso templo, si alguna vez para ti quemé rollizos cuartos de toros y de cabras, ten en cuenta mi súplica: que los danaenos expíen mis lágrimas bajo tus flechas,
Habló así orando, y Febo Apolo le escuchó; y desde la cima olímpica precipitóse, inflamado su corazón, colgándole del hombro el arco y repleta la aljaba. Y á cada uno de sus movimientos resonaban las flechas á la espalda del irritado Dios. Y caminaba semejante á la noche.
Sentado lejos de las nayes, disparó una flecha, y un chasquido terrible salió del arco de plata. Hirió primero á las mulas y á los perros corredores; mas no tardó en herir hasta á los mismos hombres con el dardo que mata. Y ardían sin cesar las piras llenas de cadáveres.
Durante nueve días silbaron las divinas flechas á través del ejército; y al llegar el día décimo Akileo convocó á los pueblos en el ágora. Here la; de los brazos blancos le inspiraba, condoliéndose de ver perecer á los danaenos. Y cuando todos halláronse reunidos, Akileo el de los pies veloces irguióse en medio de ellos y habló así: