8 HOMERO
Atreida había cubierto de oprobio á Crises el sacrificador.
Y éste acercóse á las naves ligeras de los acaienos para redimir á su hija; y llevando con él el precio infinito del rescate, y mostrando en sus manos las bandas del arquero Apolo suspendidas del cetro de oro, conjuré á los acaienos todos, y especialmente á ambos Atreidas, príncipes de pueblos:
—Atreidas, Y vosotros acaienos de hermosas grebas: que los Dioses que habitan las moradas olímpicas os permitan destruir la ciudad de Príamo y tornar con bien de ella; pero devolvedme a mi hija muy amada y admitid el precio de su rescate, si es que reverenciáis aún al hijo de Zeus, el arquero Apolo,
Y todos los acaienos indicaron con rumores: propicios que deseaban se respetara al sacrificador y se recibiera el precio espléndido; pero aquello no satisfizo al alma del Atreida Agamenón, que despidió á Crises humillantemente y le dijo esta palabra violenta:
—Guárdate, anciano, de que te encuentre nuevamente cerca de las naves abiertas, bien porque vuelvas ó porque te retrases ahora, pues ni el cetro ni las bandas del Dios te protegerán ya. No te entrego á tu hija. La espera la vejez dentro de mis dominios, allá en Argos, lejos de su patria, tejiendo telas para mi y compartiendo mi lecho. Vete, pues, y no me irrites si aspiras ó regresar salvo,
Habló así, y el anciano tembló y obedeció. Y