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echó á correr hácia la mesa, y trepándose sobre ella, se desarticuló uno de los brazos y lo lanzó sobre la cabeza del Burgomaestre autómata, que, incitado ante aquel atrevimiento, pronunció estas palabras:

Donnerweter! Ich habe ihn jetzt gefunden. Hé ahí lo que vamos á grabar en una lámina de oro, si el fabricante de autómatas dice la verdad; las mismas que había dicho, en esa misma mañana, cuando recibió la carta de Oscar Baum.

Una escena terrible tuvo lugar entónces y comprendiendo mi pariente que era inútil luchar con aquellos muñecos feroces, me dijo:

—Fritz, es necesario retirarnos, pues no sabemos hasta donde puede llegar la habilidad de estos energúmenos. Ahí quedamos, batiéndonos en descomunal batalla. Si son ellos los autómatas ó si lo somos nosotros, nó lo sé; pero te aseguro que cantan, bailan, gritan, saben y se baten con una habilidad tal, que más parece natural que de resortes.

Y ya nos retirábamos, cuando un autómata, más alto y fornido que los otros, se acercó á la mesa y gritó:

—Basta, señores! soy el más fuerte y tengo la razon;—si alguno de vosotros me la niega, le partiré el cráneo, aunque la tenga. No soy solamente el más autómata, soy la humanidad entera y cuando la humanidad habla con la fuerza, la razon es el más despreciable de los juguetes de niños.

Aquel autómata era un bestia!... pero si era un autómata!

La calma reinó en el salon.

—Ahora, señor Burgomaestre Hipknock, ¿tiene Vd. alguna duda respecto de la habilidad de nuestro constructor?—preguntó.

—Ninguna, señor, ninguna.

—Tiene Vd. alguna pregunta que hacer?

—Oh! si!.... ¿hace mucho tiempo que se han fabricado estos autómutas?

—Mucho!

—Y están todos aquí?

—Nó;—hay algunos miles de ellos que andan rodando por el mundo. Cuando se les acabe lo que Vds. llaman la cuerda, y que nuestro constructor llama su habilidad, volverán á recibir nueva fuerza y entónces, señor Burgomaestre, entónces.... buenas noches.

Mi tio y yo nos miramos. Era lógico.

Entónces... entónces..... nos retiramos, complacidos de las maravillas de que habíamos sido testigos, y terriblemente desagradados con estos pensamientos:

—¿Será Fritz un autómata?—el Burgomaestre

—¿Será el Burgomaestre un autómata?—yo.

Al llegar á casa del primero, me despedí de él.

—¿No nos acompañas á comer, Fritz?

Pero yo ya estaba léjos.

VII

Poco tiempo despues, la casa del Burgomaestre Hipknock se llenaba de gente, para festejar un gran día de familia.