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—¿Cobarde me has dicho?

—¿Cobarde? no debes cambiar mis palabras.

He dicho y repito:—las iras te ahogan, te ciega la rabia.

—Defiende tu pecho.

—Jó! jo! que en el tuyo te hundo tu espada.

Y desarmando á su adversario, al decir estas palabras, tomó el arma que acababa de caer y le cortó una oreja.

—Basta! basta!—exclamó el Burgomaestre—no puedo permitir que continúe; primera sangre!

Los autómatas se pusieron de pié y haciéndonos un saludo, se retiraron del brazo.

—Pintura!—dijo Baum.

Dos manequíes desnudos penetraron al taller.

Uno de ellos llevaba, en la mano, paleta con colores, pinceles y tiento, y sentándose frente al caballete, ya pronto, comenzó á copiar á su compañero, con toda la precision de un artista consumado. Terminado el cuadro, salieron del taller.

—Si estos son autómatas, es necesario confesar que no se diferencian mucho de nosotros,—dijo Hipknock.

—Si el señor Burgomaestre me permite,—observó Baum,—yo invertiría la proposicion.

No cansaré á mis lectores con la enumeracion de los diversos cuadros que allí presenciamos: batallas, parlamentos, academias, paseos, bailes, escenas amorosas, cuadros místicos, etc. etc., todo se presentó á nuestra admiracion, con ese tinte especialísimo de verdad, que sólo revisten las grandes obras de los grandes maestres.

Próximos á retirarnos, el Burgomaestre, sonriendo de placer, más por hallar una especie de confirmacion á la Teoría del inconsciente de su amigo Hartmann, que por lo que había presenciado, dijo á Baum:

—Pero observo que ha faltado un cuadro de familia.

—Si el señor Burgomaestre lo permitiera, la propia suya aparecería al punto.

—Como Vd. guste.

Y haciendo una seña, el salon se empezó á llenar de autómatas que, sentados luego alrededor de una mesa, desarrollaron, ante los ojos estáticos del Burgomaestre, la mismísima escena de la noche anterior, con los mismos movimientos y las mismas palabras de la discusion sobre Horacio Kalibang, que entró un momento despues, y pronunció las palabras que todos le habían oido.

Mi pariente no pudo ménos de soltar una carcajada cuando vió á su propio autómata hacer un gesto de espanto, al entrar Kalibang, y llevando la mirada al autómata de Luisa, dijo:

—Pero observo, señor Baum, que mi hija mira demasiado al Teniente Blagerdorff, mi sobrino.

—El señor Burgomaestre notará tambien que su sobrino no paga con moneda falsa.

—Pero eso.....

—Dejarían de ser autómatas, señor Burgomaestre, si alteraran un solo pasaje.

El Burgomaestre se puso de pié, talvez para manifestar al señor Baum su indignacion, de una manera positiva, cuando este