tro mismo de una ciudad de aspecto fantástico, y en medio de un gentio grande de miserable plėbe, sin que ni uno solo de aquellos individuos pronunciase una sflaba, ni se̟ 6.
tomara la menor molestia por ayudarme.
Hallábanse todos con los brazos puestos en jarras, como un rebaño de idiotas, gesticulando de un modo ridículo, y mirando de reojo mi globo y persona. Volvíles las espaldas con soberano desprecio, y levantando los ójos hácia la tierra que acababa de abandonar y de la que me desterraba tal vez pa - ra siempre; vi tenia la forma de un 'ancho sombrío escudo de cobre de unos dos gray dos de diámetro, fjo é inmóvil en el cielo, y guarnecido por un lado con una resplandeciente y dorada media-luna, 6 si se quiere mejor media-tierra. No era posible distinguir rastro , ni indicio de mares, ni continentes; hallándose toda la superficie visi-