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Doble asesinato

ignorábase dónde viviamos, pues guardábamos el secreto; y como Dupin había dejado de tratarse con el mundo, vivíamos para nosotros dos.

Mi amigo tenía un carácter extravagante— no sé cómo definirlo de otro modo;—una de sus rarezas era amar la noche sólo por cariño á la noche, de la cual se mostraba apasionado; y hasta yo mismo caí tranquilamente en esa extravagancia, como en todas las demás que le eran propias, dejándome llevar con la mayor indiferencia por la corriente de todas sus excentricidades. La negra divinidad no podía estar siempre con nosotros, pero se buscó el medio de suplirla: al rayar la aurora cerrábamos bien todos los pesados postigos de nuestra vivienda y encendíamos dos bujías perfumadas, cuya luz era débil y palida. Iluminados por aquella ligera claridad. cada cual se entregaba á sus reflexiones y después leiamos, escribíamos ó hablabamos hasta que el reloj nos anunciaba de nuevo la hora de la verdadera oscuridad. Entonces salíamos para recorrer las calles, cogidos del brazo y continuando la conversación del dia; andábamos á la casualidad hasta una hora muy avanzada, siempre en busca, á través de las luces desordenadas y de las tinieblas de la populosa ciudad, de esas innumerables excitaciones espirituales que el estudio pacifico no puede darnos.

En tales circunstancias, no podía menos de observar y admirar, aunque el rico idealismo de que mi compañero estaba dotado me lo había revelado ya, la aptitud analítica particular de Dupin. Parecía deleitarse en ejercitarla—ó acaso en estudiarla,—y confesaba sin rodeos el placer que esto le producía. Algunas veces decíame con una sonrisa, que muchos hombres tenían para él una ventana abierta en el lado del corazón, y solía acompañar su aserto con pruebas inmediatas de las más sorprendentes, hijas de un conocimiento profundo de mi propia persona.