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Edgardo Poe

más negros que las alas de la noche, más que el plumaje del cuervo! Y vi que los ojos de aquel rostro livido se abrían lentamente.

—¡Al fin!—exclamé con voz sonora.—¿Podría engañarme yo jamás? ¡He ahí los ojos admirablemente rasgados, los ojos negros, los extraños ojos de mi amor perdido, de mi adorada Ligeia!