en ella observé también la gracia, los suaves contornos, la majestad, la plenitud y el espiritualismo griegos; ese contorno que el dios Apolo solamente reveló en sueños á Cleomenes, hijo de Cleómenes de Atenas Por lo que hace á los ojos, no encuentro modelo en la más lejana antigüedad: tal vez en ellos se ocultaba el misterio de que nos habla lord de Verulam; creo que eran más grandes que los del resto de la humanidad, más rasgados que los hermosos ojos de gacela de la tribu del Valle de Nourjahad; pero sólo á intervalos, en momentos de excesiva animación, notabase singularmente esta particularidad. En tales instantes, su belleza era, ó por lo menos así parecía á mi espiritu enardecido, la belleza de la fabulosa Huri de los turcos. Las pupilas eran de un negro brillante y las pestañas muy largas; las cejas, de un dibujo ligeramente irregular, tenían el mismo color; pero la extrañeza que yo observaba en los ojos no dependía de su tinte, de su forma, ni de su brillo, y por lo tanto debia atribuirse á la expresión. ¡Ah! ¡palabra sin sentido, vasta latitud en que se concentra toda nuestra ignorancia de lo espiritual! ¡La expresión de los ojos de Ligeia! ¡Cuántas largas horas he meditado sobre ella!
¡Cuántas veces, durante toda una noche de verano, me esforcé para sondearla! ¿Qué era ese no sé qué, esa cosa más profunda que el pozo de Demócrito, que estaba en el fondo de las pupilas de mi amada? ¿Qué era? Estaba ansioso por descubrirlo. ¡Aquellos ojos, aquellas grandes y brillantes pupilas habían llegado a ser para mi las estrellas gemelas de Leda, y para ellas era yo el más ferviente astrónomo!
Entre las numerosas é incomprensibles anomalías de la ciencia psicológica, no hay caso alguno más excitante, por más que de él no se hable en las escuelas, según creo, que aquel en que, al esforzarnos para