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Edgardo Poe

estaba á una altura de treinta á cuarenta pies, y por su aspecto asemejabase mucho á las paredes laterales. En una de sus divisiones llamóme la atención una de las figuras, la más extraña; era la del Tiempo, según se le suele representar, sólo que en vez de la hoz tenía un objeto que á primera vista tomé por la imagen pintada de un enorme pêndulo, como los que vemos en los relojes antiguos. Sin embargo, en el aspecto de aquella máquina noté alguna cosa que me indujo á mirar más atentamente; y cuando la miraba, con la vista fija, pues hallábase precisamente sobre mí, parecióme que se movía. Un instante después mi idea se confirmó: su balanceo era corto, y naturalmente muy lento; observéle durante algunos minutos, no sin cierta desconfianza, pero particularmente con asombro; y cansado al fin de su monótono movimiento, fijé la vista en los demás objetos del calabozo.

Un ligero ruido me llamó la atención, y mirando el suelo, vi varias ratas enormes que iban de un lado á otro; habían salido del pozo, que estaba á mi derecha, y muy pronto aparecieron otras muchas, que avanzaban presurosas, con ojos voraces y atraidas, sin duda, por el olor de la carne: hube de hacer muchos esfuerzos para que no se acercasen.

Habría transcurrido media hora, ó tal vez una, pues no podía medir bien el tiempo, cuando al levantar de nuevo la vista, observé una cosa que me confundió y asombró. El péndulo estaba una vara más abajo, y como consecuencia natural, su velocidad era también mucho mayor; pero lo que me turbó sobre todo fué la circunstancia de que habia bajado visiblemente. Entonces observé, é inútil es decir con qué espanto, que su extremidad inferior tenía la forma de una brillante media luna de acero, de un pie de longitud de un cuerno á otro, siendo el filo inferior tan cortante como el de una navaja de afeitar; esta especie de cuchilla,