EL POZO Y EL PENDULOque el resultado sería mi muerte, y alguna muerte elegida con cruel refinamiento; y por eso preocupabame sólo sobre el día y la hora.
Mis manos extendidas encontraron al fin un obstáculo sólido: era una pared, al parecer de piedra, á juzgar por lo lisa, húmeda y fría; la seguí de cerca, avanzando con la recelosa desconfianza que me habian infundido ciertas antiguas historias; pero esta maniobra no me facilitó el medio de reconocer las dimensiones de mi calabozo, pues podía dar la vuelta y regresar al punto de partida sin echarlo de ver; tan uniforme parecía el muro. Entonces busqué el cuchillo que llevaba en la faltriquera cuando me condujeron al tribunal; pero había desaparecido, pues se me despojó de mi ropa para ponerme una especie de sayón de estameña: mi objeto era introducir la hoja en alguna grieta de la pared, para reconocer el punto de que había partido. La dificultad me hubiera parecido vulgar en cualquier otro caso; pero en aquel momento, atendido el desorden de mis ideas, consideréla invencible. Arranqué un pedazo del d obladillo del sayo y le puse en el suelo de modó que formase ángulo recto contra la pared, pues siguiendo mi camino á tientas al rededor del calabozo, no podía menos de encontrar aquella señal cuando hubiese recorrido todo el circuito. Yo lo creía así por lo menos; mas no tuve en cuenta la extensión de mi calabozo ni mi debilidad.
El terreno era húmedo y resbaladizo; avancé tambaleándome durante algún tiempo, y después tropecé y cai. Mi extremada fatiga me indujo á permanecer inmóvil, sin levantarme, y el sueño me sorprendió muy pronto en aquel estado.
Al despertar, y cuando extendí los brazos, encontré á mi lado un pan y un jarro de agua: estaba demasiado desfallecido para reflexionar sobre aquella circunstancia; pero bebí y comí ávidamente. Poco tiempo