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XXVIII
Edgardo Poe

ros de belleza que consisten sobre todo en la expresión.

Poe tenía la frente alta y dominadora, con ciertas protuberancias que revelaban las facultades superabundantes que debian representar, y en ella predominaba, con una expresión de serena altivez, el sentido de lo ideal, el sentido estético por excelencia. Sin embargo, á pesar de estos dones y hasta á causa de tan exorbitantes privilegios, aquella cabeza, vista de perfil, no presentaba tal vez un aspecto agradable. Como en todas las cosas excesivas por un sentido, podría resultar un déficit de la abundancia, una pobreza de la usurpación. Los ojos, grandes y sombrios, estaban llenos de luz, aunque tenían un color vago y tenebroso; la nariz era bien formada; la boca, muy fina, entreabríase a veces por una triste sonrisa; tenía el color moreno claro y el rostro pálido generalmente, con la expresión algo distraida por efecto de una melancolia habitual.

La conversación de Poe, muy notable, era esencialmente instructiva, aunque no se le pudiera considerar como lo que se llama un buen orador; su palabra y su pluma huían siempre de lo convencional; mas por su vasto saber, su poderosa lingüistica, sus profundos estudios y las impresiones recogidas en varios países, la palabra de Poe era una enseñanza. Su elocuencia esencialmente poética, pero moviéndose fuera de todo método conocido; la creación de numerosas imágenes sacadas de un mundo poco frecuentado por la generalidad de las inteligencias; un arte prodigioso para deducir de una proposición evidente, y del todo aceptable, puntos de vista enteramente nuevos, abriendo asombrosas perspectivas; y en una palabra, el arte de seducir, de hacer pensar y soñar, arrancando á las almas del circulo vicioso de la rutina; tales eran las deslumbradores facultades de Poe, cuyo recuerdo conservan muchas personas aún. Pero sucedía algunas