El asombro y el estupor producidos en mi espiritu por aquel extraordinario cambio en la situación de las cosas eran tal vez, bien mirado, lo más inexplicable en mi aventura, pues aquella inversión, no sólo era natural en sí é inevitable, sino que hacía largo tiempo habiala previsto, considerandola como una simple circunstancia, como una consecuencia que debía producirse cuando llegara al punto exacto en que la atracción del planeta sería reemplazada por la del satélite, ó en otros términos, cuando la gravitación del globo hacia la tierra fuese menos poderosa que su gravitación hacia la luna.
Cierto que salía de un profundo sueño, que todos mis sentidos estaban aún trastornados cuando me encontré de pronto ante un fenómeno de los más sorprendentes, un fenómeno que esperaba y no esperaba en aquel momento.
La revolución misma debía haberse verificado naturalmente de la manera más suave y gradual, y es positivo que, aunque me hubiese despertado en el momento en que se efectuó, me habría parecido hallarme en sentido inverso, sin notar síntoma alguno interior del cambio de posición, es decir, una molestia, una perturbación cualquiera en mi persona ó en mi aparato. Es casi inútil decir que al darme cuenta de mi situación, y una vez libre del terror que absorbió todas las facultades de mi alma, me fijé tan sólo en la contemplación del aspecto general de la luna. Desarrollábase debajo de mí como una inmensa carta geográfica, y aunque se hallase todavía á considerable distancia, á mi modo de ver, las asperidades de la superficie se marcaban con una claridad muy singular, que no podía explicarme. La falta completa de océano, de mar, y hasta de lagos y ríos, me llamó la atención desde luego, como el carácter más extraordinario de su condición geológica.