Leonor, la amada y la muerta, siempre asiduo, siempre resignado, escribiendo con su admirable letra las brillantes fantasías que cruzaban por su asombroso cerebro. Recuerdo haberle visto una mañana más contento y alegre que de costumbre: Virginia, su dulce esposa, me había rogado que fuera á verlos, y no pude resistir á su demanda... Halléle trabajando en la serie de artículos que publicó con el título de The Literati of New—York. (Los Literatos de Nueva—York).—Vea usted, me dijo con aire triunfante, desarrollando varios papeles (escribía en fajas estrechas sin duda para arreglar su escrito al ajuste de los diarios), voy á enseñarle por la diferencia de longitudes los diversos grados de aprecio que me han merecido vuestros literatos. En cada cual de estos papeles uno de vosotros queda analizado y debidamente discutido.—¡Ven aqui, Virginia, y ayúdame!—Extendieron todos los rollos uno por uno, y observé que el último parecia interminable, pues Virginia, sin poder contener la risa, retrocedió hasta un ángulo de la habitación con una extremidad de la faja en las manos, mientras que su esposo llegaba al lado opuesto con la otra. —¿Y quién es el bienaventurado, pregunté yo, á quien ha juzgado usted digno de esa inconmensurable bondad?— No lo adivina usted?—exclamó, queriendo indicar con cierta inocente vanidad que se refería á mí.
»Cuando me vi precisada á viajar por cuestión de salud, sostuve una continuada correspondencia con Poe, obedeciendo en esto á las vivas instancias de su esposa, la cual pensaba que yo ejercia sobre el poeta una influencia y un ascendiente saludables... En cuanto al amor y á la confianza que existían entre Poe y su mujer, y que eran para mi un espectáculo delicioso, nunca podría ensalzarlos con bastante calor. Omito aquí algunos pequeños episodios poéticos, á los cuales dió origen su carácter romántico; pero creo que Vir-