plosión), sino que por la naturaleza de sus partes integrantes, debía en todo caso ser siempre especificamente más ligero que un compuesto cualquiera de ázoe puro y de oxígeno. Había, pues, una probabilidad, y hasta muy grande, para que en ningún periodo de mi ascensión pudiese llegar á un punto donde las diversas gravedades reunidas de mi inmenso globo, del gas inconcebiblemente raro que encerraba, de la barquilla y de su contenido, igualasen á la gravedad de la masa de atmósfera ambiente desalojada; y se concibe sin dificultad que ésta era la única condición que pudiera detener mi fuga ascensional. Si llegaba alguna vez á ese punto imaginario, quedábame el recurso de servirme de mi lastre y de otros pesos, que representaban un total de 300 libras poco más ó menos. Al mismo tiempo, la fuerza centripeta debía de crecer siempre en razón del cuadrado de las distancias, y por lo tanto, llevando una celeridad prodigiosamente acelerada, llegaría sin duda al fin á esas lejanas regiones donde la fuerza de atracción de la luna se sustituia por la de la tierra.
Había otra dificultad que no dejaba de inquietarme.
Se ha observado que en las ascensiones á considerable altura, además de la dificultad para respirar, experiméntase en la cabeza y en todo el cuerpo un malestar indecible, acompañado á menudo de hemorragia nasal y otros sintomas alarmantes, malestar que se hace cada vez más insoportable á medida que el globo se eleva (1). Esta era una consideración bastante temible. No podia suceder muy bien que esos sintomas aumentasen hasta terminar por la muerte (1) Desde que Hans Pfaall publicó su primer trabajo he sabido que M. Green, el célebre aeronauta del globo el Nassan, y otros experimentadores combaten los asertos de M. de Humboldt, hablando, por el contario, de un malestar siempre decreciente, lo cual conviene con la teoría presentada aquí.—E. P.